Presentación del último libro de Joserra Landarroitajáuregi

Entrevista a Joserra Landarroitajauregi, Autor de “Nociones De Sexosofía Antigua”

(Fuente Isesus. http://isesus.es/index.php/entrevistas/item/44-entrevista-a-joserra-landarroitajauregi-autor-de-nociones-de-sexosof%C3%ADa-antigua)

Recientemente se ha publicado la que ha sido primera obra de la aún incipiente editorial ISESUS. Este libro, escrito por Joserra Landarroitajauregi, y  titulado Nociones de Sexosofía Antigua, ofrece un recorrido histórico, filosófico y religioso que analiza cómo se ha pensado el sexo a lo largo de los tiempos. Así pues, nos encontramos ante una  reflexión sobre el pasado que pretende ayudar a comprender el sexo de «aquí y ahora», tratando de encontrar algunas respuestas antiguas para estos interrogantes y desafíos contemporáneos.

El autor, prestigioso sexólogo y terapeuta, es codirector del Centro de Atención a la Pareja Biko Arloak, codirector del Instituto de Sexología Sustantiva ISESUS y codirector del Máster en Sexología Sustantiva de la Universidad Europea Miguel de Cervantes.

Con motivo de la publicación de su libro, mantenemos con él la siguiente entrevista.

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¿Por qué decidiste meterte en el campo de la sexología?

No creas que es fácil de explicar; ni siquiera yo lo tengo muy claro. La primera carrera que cursé fue Pedagogía y siempre me incliné hacia la educación. Luego, casi por casualidad, me puse a estudiar Psicología. Relativamente pronto me interesé por el sexo; mejor aún, por los sexos (pues pronto aprendí que los sexos, aunque son dos, son diversos y son plurales). Así que me fui metiendo en el lío de cómo se organizan los hombres y las mujeres y eso me fue llevando hacia la Sexología Sustantiva (que más que estudiar el sexo, estudia “los sexos”). Lo cierto es que cuanto más he sabido de todo esto, más me ha fascinado. Y ahí sigo, con mis parejas, en mi consulta de Bilbao. Y, enseñando a los sexólogos, aquí en Valladolid, como codirector, y en otros sitios como profesor.

«Alguien puede pensar que soy mejor terapeuta porque soy autor y profesor; pero es justo al revés: soy mejor autor y profesor porque soy terapeuta»

Eres un estudioso que escribe libros y eres un profesor que enseña sexología en varios masters; ¿eso te sirve para tratar mejor a las parejas en consulta?

Eso es mucho decir, aunque esté bien dicho. Como me entrevistas a raíz de la aparición de un libro, parece que soy esencialmente autor; pero realmente soy terapeuta. Alguien puede pensar que soy mejor terapeuta porque soy autor y profesor; pero es justo al revés: soy mejor autor y profesor porque soy terapeuta. La terapia es el taller donde trabajo; pero es, sobre todo, la escuela donde aprendo. Sólo se puede transmitir lo que se sabe, y mucho de lo que sé me lo enseñan las parejas, compartiendo conmigo sus secretos más íntimos. Por supuesto, también aprendo con los libros; de hecho, escribir un libro es una fenomenal forma de aprender (yo creo que la mejor). Aunque parece que uno escribe para enseñar, la verdad es que uno escribe para aprender.

Así que eres, sobre todo, terapeuta. ¿Y cuáles son los problemas que te plantean las parejas en la consulta?

Sí, de lunes a viernes, soy terapeuta. Es de lo que vivo y a lo que dedico la mayor parte de mi tiempo: a tratar de ayudar a las parejas. Así que, aunque escriba libros o dé clases, soy «entrenador de parejas». Parte de la terapia que hago es «terapia sexual» (normalmente, parejas que se llevan bien pero que en la cama no se arreglan o quieren mejorar). El resto es «terapia de pareja» (parejas que quieren quererse pero que están atascados o entrampados en sus quereres). Ser terapeuta y trabajar con parejas me da la oportunidad de observar y estudiar este lío: hombres y mujeres que se quieren, que quieren quererse, que quieren seguir queriéndose, pero que se embrollan en las trampas de la relación.

Y ayudar a las parejas es para ti una satisfacción personal…

Sin duda. Es una profesión, pero es, sobre todo, una vocación. Tengo el enorme privilegio de disfrutar de mi trabajo y de trabajar en mi disfrute. Tengo la suerte de creer en lo que hago y de poder hacer lo que creo. Así que me siento un auténtico privilegiado; y más en estos malos tiempos, que quizás sean malos para la lírica, pero buenos para la épica.

¿Consideras que hoy, en pleno siglo XXI, el sexo sigue siendo un tema tabú?

Somos hijos de una historia en la que el sexo ha sido considerado «sucio» y ha sido considerado «pecado». Así que tenía que ser evitado y, supuestamente, se evitaba. Eso es verdad, pero también es mentira. El asunto tiene su trampa y su paradoja. El discurso oficial no explica lo que pasaba, sino lo que se decía que pasaba; incluso lo que se quería que pasase o lo que se quería que se creyera que estaba pasando. Cuando Kinsey publicó sus informes sobre la sexualidad de nuestros abuelos, quedó claro que no pasaba lo que se decía que pasaba, ni lo que se quería que pasase. La gente cerraba la puerta y hacía diferente a lo que decía que hacía y hacía diferente a lo que se decía que hacían y a lo que se les hacía creer que se estaba haciendo. Nunca, tampoco hoy, hubo coherencia entre el discurso público y los hechos íntimos. Este choque entre lo público y lo íntimo genera silencio, mentira y secreto; o sea, tabú. Pero el tabú no está en el sexo, sino en el discurso sobre el sexo.

Entonces, ¿consideras que es más tabú hablar de sexo que el sexo en sí? 

Pensemos un poco en nuestros abuelos. Podemos hacerlo porque Havellock Ellis, Hirschfeld y, sobre todo, Kinsey los estudiaron y podemos estudiar sus estudios. Es cierto que nuestros abuelos y abuelas hablaban de sexo a través de circunloquios; o sea, el tema se aludía, pero se eludía. Sin embargo, habían pocos rodeos en la intimidad; o sea, se hacía pero no se decía. Tendemos a considerar que lo no hablado (por discreción o por secreto) es tabú; pero lo íntimo no tiene por qué hacerse público. Más aún, si se hace, se desubica; incluso se desquicia. Lo íntimo es íntimo y lo público es público. Cada cosa tiene su sitio. Este intento de destabuizar el sexo sirve a veces para hacer público lo íntimo; o sea, para politizar y normativizar lo íntimo. Esto no es nada nuevo. A base de confesar nuestras intimidades, igual acabamos haciendo una confesión comunitaria de nuestros pecados de la carne. Lo cual sería un error. Otro asunto es que el sexo no sólo es experiencia íntima; es también: idea, discurso, valor, habilidad, conocimiento, cultura… Y todo esto puede ser discutido públicamente, incluso puede ser –y yo diría que debe ser– estudiado o analizado. Eso es, precisamente, lo que tratamos de hacer los sexólogos.

Se trata de una «verdad dicha para poder ser dicha como verdad»

¿Quieres decir entonces que nuestros abuelos no fueron tan reprimidos?

Ni tan reprimidos (ellos y ellas), ni tan oprimidas (ellas). A base de repetir lo de la represión y lo de la opresión parece que es cierto; pero se trata de una «verdad dicha para poder ser dicha como verdad». Aquellos modelos de relación y de organización rígidamente impuestos por razón de sexo (por cierto, de un sexo del cual se ignoraba todo) convertían a los hombres en «inseminadores e inseminantes» y a las mujeres en «inseminadas e inseminables». Como prevalecía Genus sobre Eros, (lo genital sobre lo erótico) no podían ser «amantes»; tenían que ser «progenitores». Todo esto era verdad, pero tal verdad sólo estaba en el discurso público y no siempre conseguía regular los hechos íntimos: rebeldes, transgresores, creativos, impulsivos, improvisadores, ardorosos o libertinos han existido siempre. Allí donde no llegaba el cura, el juez, el médico o el policía, aquellos reprimidos y reprimidas gozaron de más libertades, liberalidades y libertinajes de las que decían en público; pues los verdaderos represores nunca consiguieron frenar el frenesí íntimo (aunque siempre controlasen el discurso público sobre tal asunto). Los hombres y las mujeres siempre se han buscado, se han deseado, se han amado, se han necesitado, han cooperado y se han organizado lo mejor que han sabido y lo mejor que han podido. Otra cosa es cómo lo han hecho; y cómo nos han contado lo que hacían. Aunque siempre hubo tensiones  –también hoy las hay– unos y otras (en inter y en intra) se han hecho el amor y no la guerra. Otro tema es que siempre hubo (y sigue habiendo) quienes ensuciaron estos amores y estos ardores con su turbio mirar.

Pero no creo que sea faltar a la verdad decir que las mujeres siempre han estado oprimidas por razón de su sexo…

Sí y no. En el aspecto sexual, no es cierto que ellos fueron colonizadores y ellas colonizadas; ellos verdugos y ellas víctimas; ellos opresores y ellas oprimidas; ellos parásitos y ellas imbéciles. Con esto no niego las relaciones de jerarquía entre los sexos (ellos siempre han estado en una posición predominante y ellas en una posición subordinada), pero ese discurso oculta hechos muy importantes que también son ciertos: las relaciones entre hombres y mujeres (por cierto: sujetos individuales, diversos, subjetivos y concretos) se han formulado íntimamente desde el deseo, el amor, el placer, la necesidad, la interdependencia, la convivencia y la cooperación. La jerarquía sin duda estaba; pero lo otro, también. No puede —ni debe— ser ocultado. ¿Eso quiere decir que aquello era estupendo?. No, de hecho aquellas referencias ya no nos sirven en absoluto. Por eso estamos construyendo un nuevo Orden Sexual; o sea, una nueva forma de organizarnos en lo íntimo y en lo público.

En tales asuntos, van unos cuantos milenios por delante. (…) Así que, sin duda, el futuro es mujer.

Tú que has tratado con hombres y mujeres, ¿quién crees que tiene más dificultades para hablar de sexo?

La respuesta es fácil: los hombres tenemos muchas más dificultades. Nos cuesta asomarnos a nuestro interior y nos cuesta pedir ayuda. Durante milenios nos hemos dedicado a las cuestiones de «allá afuera» (la caza, el trabajo, la política, el deporte, la guerra… ) y no a las cuestiones de «aquí adentro» (las emociones, los cuidados, las intimidades, las vulnerabilidades, las relaciones… ). Las mujeres sí se han dedicado a estas cosas de «aquí adentro»; así que, en tales asuntos, van unos cuantos milenios por delante. Por otro lado, en cuanto a las cosas de «allá afuera» ellas también se han espabilado bastante. Aquí la distancia no es de milenios, pero sí de siglos. Así que, sin duda, el futuro es mujer.

¿Tú crees que si un hombre puede abrirse y tener más facilidad para contar sus intimidades y mostrarse vulnerable, significa que tiene un lado femenino latente? 

Todos los hombres tenemos un lado femenino y todas las mujeres tienen un lado masculino. Todos somos intersexuales y todos estamos hechos con los dos sexos. Sólo cambian las dosis de lo uno y de lo otro con las cuales cada quien concreto está hecho.  A los hombres, durante siglos, se nos ha dicho que ser hombre es «ser fuerte» (tanto es así que fortaleza y virilidad han sido sinónimos desde los presocráticos). También se nos ha dicho que «ser fuerte» es no mostrarse vulnerable; así que hemos ido construyendo nuestra masculinidad en esa clave. Hacer un diálogo interior es aceptar la propia vulnerabilidad: descubrirla, aceptarla y gestionarla. Hay un parámetro nuevo que tendremos que aprender: la fortaleza no es la ausencia de vulnerabilidad, sino la sabia gestión de nuestras muchas debilidades. En eso los hombres tenemos mucho que aprender, porque —aunque simulemos invulnerabilidad— somos muy vulnerables. Ahora bien, el anhelo de querer ser fuerte tampoco es malo (siempre que fuerte no sea malvado, tiránico, cruel o despiadado). Fuerte es quien se lanza a la vida (también a la vida interior) sin dejarse vencer por el miedo. Los valientes no son los que no tienen miedo (esos son los temerarios), sino aquellos a los el miedo no les paraliza. Los fuertes no lo son por no tener debilidades, sino porque éstas no vencen a sus fortalezas. Nada hay más fuerte que enfrentarse a las propias debilidades. Además, sólo los más fuertes pueden mostrar y aceptar su vulnerabilidad. Por cierto, el encuentro amoroso es una celebración de vulnerabilidades sin vulneraciones.

¿Considerarías entonces que los celosos o los controladores de su pareja son personas inseguras? 

Los celos son una emoción humana universal que todos podemos sentir. Las  personas muy inseguras no tienen más celos, pero suelen gestionarlos los peor. Frecuentemente se vuelven controladoras de sí mismas y de los demás; a veces, de forma compulsiva y paranoica. Es verdad que los celos siempre tienden a la paranoia (la paranoia es un bucle del pensamiento donde uno imagina más enemigo del que hay), pero en condiciones de mayor inseguridad hacemos un mayor ejercicio de control porque creemos que con ese control vamos a gestionar mejor la inseguridad. Las personas muy inseguras pueden llegar a ser tóxicas, para sí mismas y para los otros.

Cambiar enjuiciamiento y condena por entendimiento y consuelo es una buena inversión.

¿Querrías dar un consejo para esa gente que todavía le cuesta abrirse hablando de temas sexuales y temas sentimentales?

Que recurran a la intimidad, a la confianza y al «no enjuiciamiento». Muchas veces no hablamos porque tememos que nos enjuicien; y peor aún, que nos condenen. Todos necesitamos no ser enjuiciados y no ser condenados; pero, a la vez, todos juzgamos y condenamos. Cambiar enjuiciamiento y condena por entendimiento y consuelo es una buena inversión. Uno sólo puede expresarse vulnerable cuando tiene cierta seguridad de que el otro no va a usar su vulnerabilidad en su contra. Así pues, invertir en confianza y en intimidad tiene muchas ventajas y pocas contraindicaciones.

Entrevistador: Jorge Lobo Pardo

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